En la única ocasión de su vida en que aceptó el ser tartamudo, dejó de serIo. Ese es un ejemplo evidente de cómo funciona la naturaleza humana. Se resiste con toda su alma cuando alguien intenta cambiarla directamente, mientras que cambia por sí misma cuando la dejan en paz o la empujan en dirección contraria. Los burros hacen exactamente lo mismo.

Cuando el prurito de cambiar nos entra no para cambiamos a nosotros mismos, sino para cambiar a los demás, resulta mucho más dañoso, y Tony nos previno seriamente contra él. Queremos hacer cambiar al otro... ¡por su propio bien, por supuesto! ¡Sería una persona tan completa y feliz si lo hiciera! Ahora no hace más que fastidiar a todo el mundo, estropear su propio trabajo, no dejar que sus buenas cualidades entren en juego... y todo por esos defectillos que todo el mundo le ve y que sólo él parece no haber notado. Tengo que decírselo, tengo que urgirlo, tengo que hacer que se enfrente con los hechos para que se corrija de una vez'; o, si no puedo hacer eso, al menos tengo que rogarle a Dios que, en su bondad y misericordia, le haga cambiar para su propio bien y para bien de todos.

LIGERO DE EQUIPAJE

Por favor, no le hagas a Dios esa petición. Esa oración es únicamente tu manera velada, pero evidente, de rechazar a tu hermano. Reza por él, desde lluego, y alaba al Señor por él y date gracias por él, pero no le pidas que lo cambie según la imagen que tú has decretado para él. No te toca a ti juzgar, condenar, ordenar el cambio. Deja a tu hermano en paz, no sólo en tus acciones, sino aun en tus pensamientos, y acéptalo y ámalo tal como es. El deseo de cambiar a otros, tanto como el deseo de cambiarse a sí mismo, viene fundamentalmente de la intolerancia, y por eso viene torcido de raíz. Si el factor de intolerancia está totalmente ausente, el cambio es sano y positivo; pero, de ordinario, hay siempre una dosis de intolerancia en el deseo de cambiar, y eso lo hace peligroso. Contra eso hay que guardarse.